Creación literaria


TIRAFONDO RIELERO




  A MI HERMANO PACO

IN MEMORIAM

—Aquí estoy— dice el olivo.

Tú y yo somos de la misma madera:

duros y un poco ásperos en apariencia,

 pero nuestra esencia es de oro.

Llevo siglos acariciando con mis ramas

al cielo raso o incluso a la tempestad.

Eres parte de mi ser,

 ni tú ni yo podemos disimular

que pertenecemos a la tierra

y que nuestras formas son de este mundo.

Respiramos el mismo aire.

Estos días he llenado mis pulmones por mí

y también lo he hecho por ti.

Ahora lo hacemos juntos

por todos los que siguen necesitándonos.

Crece el amor por ti.

No pudo ser, hermano.












CARTAS A MI HERMANO PACO DURANTE SU ESTANCIA EN EL HOSPITAL



MARIPOSILLAS BLANCAS EN EL CORAZÓN


Primera carta:


Mijas, 3 de febrero de 2021

Querido hermano:

Como cada tarde desde hace ya algunas, me siento después de comer en las escalerillas de mi patio a cazar mariposillas blancas con el corazón.

El ejercicio es sencillo, respirar no implica esfuerzo alguno, o eso creíamos. El único esfuerzo, el único sacrificio, si se puede llamar así, es evitar dormirme durante la soporífera hora de la siesta.

Los tejados de las casas de enfrente me acompañan cada día, esos no se van de ahí, son fieles a mi ruego; a veces, incluso sus chimeneas humean y me acompañan en mi ritmo.

Por el cielo, un avión que viene del oeste, sube a lo más alto y se aleja. Me da miedo perderlo de vista porque me creo que es la esperanza; pero pronto, cada día sin fallar ni uno, otro asoma por el este formando un juego de estelas en el aire que me transmite confianza. No ha habido ni un solo día en el que el cielo no me haya devuelto su traza.

A la izquierda, el almendro que plantó mi padre y por donde corre sabia savia. Ese que ha sobrevivido a las borracheras de agua del canalón de los vecinos y que nunca se rinde porque cada año nos brinda un “puñaíto” de flores blancas a pesar de que no es su hábitat (otro luchador como tú).

Y hablo con él, sí, sí, con el almendro, que me conoce mejor que muchos porque soy yo quien lo cuida, que sabe mis debilidades y que ahora percibe mis preocupaciones.

—Danos un respiro —le digo.

Y, entonces,  la expresión deja de ser una frase hecha y toma forma entre sus generosas ramas. Descubre que he aprendido lo importante que es ahora ese gesto sencillo al que llamamos “respirar”.

Inmediatamente agita sus hojas y me hace ver y tener conciencia y aprecio de lo llano y natural en forma de mariposilla blanca.

Estamos encerrados en casa, tenemos suerte de tener un patio al aire libre, agradezco poder ver el cielo e incluso me asombro con que haya alguien en esos aviones (¿quiénes serán?, me digo), me paro a mirar las plantas y me doy cuenta de que ha hecho mucho calor últimamente y no tienen agua… Las regaré esta noche. No me quiero despistar. Me concentro de nuevo en ti, hermano, meto aire en mis pulmones una, dos, tres… miles de veces y el ejercicio me lleva a la infancia de una manera tan vívida que creo estar junto a ti. Extrañada vuelvo nuevamente mi mirada al almendro que me devuelve ahora el recuerdo no con uno, sino con dos algodoncillos alados que revolotean delante de mí. Me doy cuenta de que hay una íntima relación entre tú, ellas, mi corazón y la esperanza.

Me he vuelto insaciable, hermano; por eso, cada tarde me siento en la “graílla” de mi casa a cazar, cuantas más mejor, mariposillas blancas con el corazón.

 

Te quiero. Marisi.

 







Segunda carta


 Mijas 17 de febrero de 2021


Querido hermano:

 

Han pasado ya 14 días desde que te escribí la carta anterior. En ella te expresaba mis deseos de que mejoraras y te decía cómo la esperanza se ha convertido, en mi caso, en mariposillas blancas que revolotean delante de mí.

¡Cuántas formas tiene la esperanza, Paco! Yo no doy crédito a la variedad que existe y tú, cuando despiertes, tampoco te lo vas a creer.

La esperanza, ese término abstracto, que dicen que es intangible, tiene forma y, como todo lo enigmático, es juguetona y bulliciosa en unos casos; y formal, seria y discreta, en otros.

En estos días la hemos visto vestida de verde haciendo honor al color que se le adjudica y, a veces, con su bata blanca, la hemos visto con forma de manzana o subiendo a la sierra. Nos la hemos encontrado recorriendo iglesias, rezando rosarios, haciendo meditaciones, encendiendo velas y construyendo altares, transitando viejos y nuevos caminos, en fotos, en recorridos procesionales, nadando en la piscina y montada en bicicleta, en los emoticonos del WhatsApp, en las llamadas telefónicas, en los estudios de tu hijo y en  las notas de sus exámenes, en las terapias alternativas, en las redes sociales, en las artísticas manualidades y esparcida por todos los rincones del planeta… en forma de poema… En la belleza de las palabras y de los textos…en el amor de tu familia y de tus amigos… en el profundo Amor de tu madre, de tu hijo y de tu mujer.

También la hemos encontrado muchas veces asustada o con lágrimas (torrentes desbocados) en los ojos y con la cara desencajada… con un miedo atroz… terrible.

Se ha presentado de tantas y tantas maneras en estos días que casi no le ha faltado forma en la que exhibirse… Pero, ¿sabes una cosa, Paco? Jamás se ha mostrado derrotada porque cuando hay amor nunca se deja vencer.

Este texto nos lo mandó Joaquín un día para que supiéramos de su fuerza:

“La esperanza puede ser una fuerza muy poderosa. Tal vez no haya magia real en ella, pero cuando sabemos lo que deseamos y lo sostenemos como una luz en nuestro interior, podemos hacer que las cosas sucedan casi como si fuera verdadera magia” (Laini Taylor)

Y ahora, hermano, te digo que seguimos aquí, no te asustes, no nos vamos, seguimos porque la esperanza puede ser incluso como un animal de carga cuyas alforjas están mullidas de manzanas. Te queremos.

 

Marisi

 







DOS VERSIONES DE UN MISMO POEMA: 

EL JARDÍN DE LA MEMORIA Y SI ALGÚN DÍA MUERO

El jardín de la memoria

Si algún día muero,
si es que eso ocurre,
será porque nadie 
consigue recordar 
el color de mi pelo,
el olor de mi piel.

Si algún día muero,
si es que de verdad eso puede pasar,
quizás olvidaste, amor mío,
las noches en que nuestros cuerpos
se convertían en una única piel.

Si algún día muero, amores de mi vida,
recordad que unos pechos,
los míos,
os amamantaron
y os quitaron la sed
con múltiples historias
que sobre mis rodillas os conté.

Si algún día muero,
quizás no haya dejado profunda huella
entre aquellos que día tras día aprendisteis
 lo que entonces os pude ofrecer.

Soy ahora flor
de este nuevo lugar para mí,
jardín de la memoria,
infinito paraje
donde confluyen
mi hoy y nuestro ayer,
pasado y presente,
futuro regado de recuerdos,
consciencia última y distinta
de perenne y renovada piel.

Marisi, 2020




SI ALGÚN DÍA MUERO

 

Si algún día muero,

si es que eso sucede,

será porque no he dejado

mi huella en la tierra

o porque no sembré mi semilla

de forma adecuada.

Si algún día muero,

quizás sea porque nadie me recuerde ya,

y mis historias,

y mis poemas,

acabaron siendo palabras de nadie

que flotan en el aire,

vacías y sin sentido.

Si algún día muero,

si es que eso ocurre,

recordad de dónde venís,

quién os amamantó,

quién os enseñó a andar

y quién os dio el brío

 y la fuerza de la voluntad.

Si algún día muero,

si es que eso es posible,

será, tal vez,

porque nadie recuerde ya

el color de mi pelo,

el olor de mi piel,

el latido profundo

de mi pecho.

Si algún día muero,

no estéis tristes,

no me fui,

de otra manera sigo aquí.

Marisi, 2020



POEMA DE DESPEDIDA A UNA AMIGA Y COMPAÑERA CON MOTIVO DE SU JUBILACIÓN

Estrella, compañera:
No te asustes cuando, a partir de ahora, cada mañana sea el silencio de un reloj no programado el que te despierte y acostúmbrate al placer de ser la dueña de tu tiempo.
Date la vuelta en el regocijo de las horas que saben eternas, de los tiempos sin marcas, de las mañanas venideras… y cúbrete de nuevo con la cálida sábana de la osadía.
Desinstálate el ritmo, las prisas, los horarios, la burocracia, las reuniones, las guardias, las tutorías… y acércate a ti y a lo que tú, además de ti, eres.
Gestiona con la profesionalidad que te caracteriza tu tiempo libre, él también tiene derecho a estar al corriente de tu buen hacer.
Sal a la calle sin rumbo y disfruta de las plazas abiertas, del sol en la cara o de la lluvia certera con la misma elegancia con la que has recorrido durante tanto tiempo los pasillos hacia las aulas.
Haz novillos, olvídate, no acudas cuando el timbre te reclame y refúgiate, escondida, en el patio de las letras; pero tráenos de vez en cuando tu verbo cálido y sabio.
Olvídate de todo si hace falta, menos de nosotros, menos de mí, que te voy a añorar con toda mi alma.


Marisi, junio 2020, posconfinamiento




MINIPOEMA PARA EL DÍA DE LA MADRE

HIJAS

Soy una hija como otra cualquiera,
salí huyendo de mis padres
hacia donde ellos estaban.

Marisi, mayo de 2020



PRESENTACIÓN Y PREGÓN EN HONOR A LAS FIESTAS ARACELITANAS, CELEBRADO EL 1 DE MAYO DE 2020 EN REUNIÓN TELEMÁTICA FAMILIAR Y CLAVE DE HUMOR VERSIÓN ESCRITA.

EL PRESENTADOR: ANTONIO MORALES MARTÍNEZ

LA PREGONERA: LA DISIDENTE LUCENTINA Mª SIERRA MORALES MARTÍNEZ

Querida familia y adlateres:

Vamos a dar comienzo a un acto excepcional, y en dicho acto es para mí un honor, aunque debiera decir que "me llena de orgullo y satisfacción" haberme autoproclamado presentador de un hecho único: ser solo la segunda vez que nuestra excelsa patrona y sus virtudes van a ser pregonadas por una mujer.
Y, al hilo de esto, no puedo dejar de mencionar tres circunstancias excepcionales que en este primaveral pregón nos dejan algo extraordinario:

La primera es que el luctuoso que todos padecemos nos obliga a hacerlo de manera telemática.

La segunda, ya mencionada anteriormente, que sea la segunda mujer en casi sus 1500 años de historia que glose las gracias de nuestra patrona.

Y, finalmente, en tercer lugar, el hecho de que la pregonera se llame María de la Sierra, cuyo nombre responde a la más feroz advocación opositora en nuestra comarca.

No quiero caer en comparaciones pueblerinas, pero (dejémonos de historias) no es lo mismo ser "Altar del Cielo" y " Patrona del Campo Andaluz" (aún abducida por señoritos y terratenientes) que ser la patrona de un montón de riscos y unos bóvidos saltarines, con todos mis respetos a la variedad de devociones.

Después de este brevísimo y ameno preámbulo que espero haya iluminado a los oyentes, paso a destacar las virtudes de nuestra ínclita pregonera. Mujer desdeñosa de su lucentinidad, cual Saulo Pablo, recaudador de impuestos, vio este día la luz aracelitana y con su verbo cálido, sereno, sencillo y su pausada extraña visión de la vida cotidiana se ocupará de deleitarnos con su elevada prosa y su sentido verso de los beneficios que nos aporta estar protegidos por tan digna señora. Todo aquello que queremos oír los fieles devotos (declarados o no) en este pregón apócrifo lo escucharéis.

Así os conmino a prestar suma atención porque esta es la verdad verdadera. Con todos ustedes Mª de la Sierra Morales Martínez, pregonera.

Autor: Antonio Morales Martínez.

Cárcel de hogar y anomalía aracelitana

Queridos lucentinos, querido pueblo musulmán Al Yussana, querido pueblo judío de Eli Ossana, queridas perlitas de Sefarad, Dios nos salve que falta nos va a hacer.
Aquí estamos hoy todos, las tres culturas que corren por nuestras venas, musulmanes, judíos, cristianos… (el virus baila con todos sin hacer distinción alguna) para inaugurar nuestras maravillosas y telemáticas fiestas en honor a María Santísima de Araceli, patrona de Lucena y del campo andaluz.
Sé que no he sido, ni soy vuestra hija más ilustre y ni mucho menos ejemplar ni predilecta, pero espero que sea posible la redención. Gracias por contar conmigo para ser hoy la pregonera de estas fiestas, muchas gracias.
Hoy me vais a permitir que centre mi atención en una familia que a pesar de estar desmembrada por los últimos acontecimientos, conserva su talante festivo, una familia que es capaz de disfrazarse en cuestión de segundos para alegrarse unos minutos de un domingo cualquiera, que se levanta a las seis de la mañana para ver a “su Jesús” virtual mientras se apiporra de pestiños y anís. Que aprovecha la feria de abril para engalanar sus torsos con flores, peinetas, corbatas, sombreros  y otras yerbas, manteniendo intacta la verdad inferior (la entrepierna, el pantalón del pijama o chándal, las pantuflas caseras, las polainas reventonas, el calzoncillo apalominado, la bragadura soleada por la lluvia amarilla de la braguita femenina…).
Vivan los juegos del hambre, zampabollos del sofá.
¡Viva la virgen de Araceli! ¡Vivaaaaa!
Nos pilló este encierro como un castigo bíblico que nos está haciendo ver que no somos más que un granito de arena en un mundo que nosotros mismos hemos convertido en hostil:
Sufrimiento de hijos e hijas que se han quedado atrapados con sus padres sin encontrar la manera de salir del laberinto o que tuvieron que volar to Spain cruzando cielo y tierra para encontrarse con ellos. Hijos aterrados que se quedaron apresados a solas con sus azucaradas madres sin saber cómo huir porque sus “play mobil” no volaban. Deportistas improvisando gimnasio en un salón. Nadadoras de bañera intentando comprender la “Historia” una veces literaria y otras real “de una escalera”. Flamantes cocineros-reposteros-futbolistas locos por darle una patada aunque sea a una piedra y capaces de subirse por las  paredes sin ventosas en sus manos. La revelación políglota de los niños de Babel. Retos congelados en las gélidas aguas de la osadía. Ciclistas estáticos. Funcionarios teletrabajados. Caterings atragantados en la garganta invisible de un comensal famélico. Jubilados y jubiladas que creían haberse liberado de la monótona y rutinaria vida del funcionario y que han visto que si la aventura es peligrosa, la rutina es mortal. Profesoras on line que cada vez están menos on line y más on bolling. Apartamentos de verano convertidos sabiamente en estudio-biblioteca. Montessori reinventando el material en horchata virtual. Muchachos preuniversitarios encerrados en El cuarto de atrás y buscando el sentido de la existencia en El árbol de la ciencia y el de la vida también. Empresarios de hostelería sirviendo copas de zumo y cereal en la barra del bar de la paternidad. Empresarios del turismo rural que esperan el trueque a la sombra de un árbol que los cobija durante el confinamiento. Obreros-pecho-palomo del frío que no se libran del trabajo ni con la pandemia. Masaje físico y mental en la distancia porque sabemos que “la nieta” se refugia estos días (y otros muchos) en el regazo de su abuela y viceversa. Cuidadoras enclaustradas sin descanso. Lolas a las que han privado de su callejeo fármaco-mercadonil-matutino. Padres añorando a su mágico pitufo. Trabajadores y trabajadoras de residencias donde mora la HISTORIA de este país. Y qué decir de nuestros valientes, “enmascarillados” y aplaudidos currantes de la sanidad desde el mirador de la etérea y fugaz (me temo, aunque deseo equivocarme) solidaridad española: médica, auxiliares de enfermería, técnico de hostelería…  y un “Ángel” de carne y hueso…, sin recursos para protegerse del incorpóreo, pero mortal, enemigo.
Y por último: una madre que además es suegra, abuela y bisabuela de un querubín, viendo todo esto pasar con la dignidad del sabio, con la entereza del creyente y la paciencia del que ha vivido tanto que sabe que esto es algo más, que esto pasará como todo pasa en la vida, pero lo que no debe pasar es la obligación moral que tenemos de aprender de la experiencia.
Pueblo de Lucena, familia querida, ni un encierro, ni una pandemia, ni todos los virus del mundo acabarán con nuestra vitalidad ni con nuestras enormes ganas de cerrar cada sábado y cada domingo la barra de cualquier bar.
¡Viva la virgen de Araceli ¡Viva!
¡Vivan los juegos del hambre y los zampabollos del sofá!

Marisi Morales Martínez





El siguiente poema ha sido escrito con motivo del V Certamen de poesía "Margarita Perujo Nebro". Acto que tuve el honor de presentar el 18 de enero de 2019 en su pueblo natal, Cuevas del Becerro.


Es un poema "fusión". Así lo llamo porque he querido llevar su voz al evento a través de mi recuerdo.
¿Y cómo se hace eso? Muy claro no lo tengo, pero lo que me ha nacido ha sido utilizar sus versos mezclados con los de mi propia creación. Yo hablo, es mi voz, pero también es la suya. He hecho un ensamblaje para fundir en un solo poema su eco con mi poesía. Quienes la hayan leído verán en el poema un recorrido por las líneas de "En la piel de las cerezas".
Lo subtitulo "El octavo" porque ahora es el lugar que ocupa en una serie de siete que recopilé en "Margaritas en mi pelo" .





Versos de insomnio en el techo

(El octavo)

Bastaba tu mirada para que la poesía
traspasara los muros de la indiferencia.
Una palabra… y la vida se convertía en vertiginosa silueta.
Había en tu persona un aire de gentil nobleza.
Te recuerdo vestida de algas de mar y cubierta de corales la cabeza.
Rodeada de artilugios de atrezo,
partituras musicales
y cuadernillos donde siempre tenía cabida un verso.
Sobre la tierra,
unos pies bien seguros
luchando contra rebeldes adoquines
que no soportaban
la arquitectura estética de tus tacones.
A veces, vestida de dama de noche,
esperabas el tapujo de las estrellas.
Ni el náufrago más feliz del mundo pudo resistirse a tu belleza.
No fue un grifo mal cerrado el causante del naufragio,
eras tú:
anegabas con ritmo nuestros días
e inundabas nuestras noches de luceros y planetas.
A tu alrededor, peces de rima querubín
podían volar, o nadar,
dependiendo de nuestra gravedad sobre la tierra.
El techo de la habitación acabó tintado de poemas
y el insomnio ya no era un borrón de trazo incontrolado,
sino verso nocturno dibujado en su seno:
quedó el misógino señalado,
y un claro
 “Sí quiero que cuentes los lunares de mi cuerpo
pero no te equivoques, no tengo dueño”
o un
 “Cambiaría un año de sonrisas fingidas
por veinte minutos de franqueza”,
porque…
 “Lo que no puedo decirte,
te lo escribo
y paro el tiempo
cuando puedo,
cuando quiero”
por eso…
“Píntame, padre, un cuento de hadas en la mejilla
mientras te lleno los dedos
con besos de mariposa”,
“Guárdame, madre, tu cauce repleto
y el cálido beso de tus  labios
por si algún día  vuelvo”
  


Los dos poemas que ofrezco a continuación (el primero de ellos da título al libro) pertenecen al libro Buscándome entre las formas, que se publicará próximamente en la plataforma de Amazon. Estará compuesto por una selección de veintidós poesías escritas durante casi cuatro décadas.

Buscándome entre las formas

A veces
los lugares se superponen
rodeando
lo que parece el gran vacío

me dicen que soy yo
la que está en el centro.
Me doy cuenta,
 entonces,
de que en realidad el vacío no existe;
pero ahí me veo
siendo espacio de aquello que parece la nada.

El pálido invierno

He llegado a oír el silencio,
a leer en sus labios inertes palabras de deseo,
he visto cómo su boca me besaba,
sin besarme,
y he creído creer que me acariciaba.
Vengo de atravesar el pálido invierno,
la dura estepa de la soledad,
el castigo por amar,
y el continuo anhelo de ser amada.
Pero nada me importa,
 sigo teniendo el sueño,
ese que cada noche me da lo que quiero,
el mismo que me hace el amor sin rozarme,
que me besa,
que me susurra al oído que me quiere,
y

 que se desvanece cada mañana al despertarme.




Microrrelato

CARTA A LA AUSENCIA


Querido mío:

Hace ya diez días que te fuiste y todavía no sé nada de ti. Son las siete y cuarto de la mañana y llevo despierta prácticamente toda la noche; no puedo conciliar el sueño. He visto amanecer nuevamente sin ti.
Desde la cama veo las antenas del tejado de enfrente y el gran desconchón de la fachada; todos duermen en esta ciudad y siento envidia de ellos. Espero que esto no dure mucho más pues empieza a resultarme cruel.
Quisiera estar ahora donde tú estás y romper de golpe con este insomnio.
Cuando te fuiste, ilusa de mí, sin darme cuenta aún, creía que todo iba a ser más leve y que al rato estarías a mi lado, en la cama, abrazándote a mí para hacerme dormir; pero no es así.
Miro a mi alrededor, me levanto, toco las cosas que alguna vez tú has tocado y veo que son todas tú, convertido en ausencia. Ahora, después de días sin ti, todo es más grande: tú eres un gigante, el tiempo una masa inasible y la cama (¡Dios mío, la cama!) es un gran descampado de sábanas.
Oigo a lo lejos un despertador, me asusto y vuelvo a acurrucarme entre las sábanas que ya no me conocen, estoy triste y tengo ganas de llorar. Es eso, estoy exiliada en la ausencia.
La casa está sola sin ti, las plantas se me han echado a perder, ayer rompí el cristal de la mesa al descorchar una botella de vino, es mi nueva manera de brindar.
Hace dos días tuve un sueño, cuyo contenido era más intenso que cualquier realidad vivida, en él me elevaba hasta el cielo y anduve con la luna hasta que ella, agotada, quiso dormir; le conté que tengo un hombre con dos grandes ojos negros, el corazón de un poeta, la fuerza de un leñador y el espíritu de un guerrero. Cuando bajé había amanecido y un fuerte olor a nardos, a magnolia y a albahaca inundaba mi habitación, así como el cielo azul y la claridad del día, un nuevo día, un día más.
Meciéndome estoy en la butaca cuando ya son casi las ocho de la mañana, con la luz del día y el movimiento de la ciudad comienzan a desvanecerse los temores nocturnos que, como una niña he ido acumulando. Veo todo más claro, intento desayunar y alejar de mi alma las angustias que la oscuridad nos impone. Nada se mueve en el interior, nada del nuevo día me da señales de ti, todo me dice que tampoco es hoy el día que tú vas a volver. Me voy a tu armario y, otra vez hoy al ver tu ropa, tus zapatos, tus cosas..., a la misma hora de todos los días desde hace diez, nuevamente, en el mismo sitio, la realidad me da un bofetón en la cara y me dice: "Chica, la muerte no devuelve a sus clientes. La vida es un simple roce cuando has querido acordar. Es el roce del aire, del agua, del humo, que antes fueron calor, sed y rítmica respiración. Acabamos donde nunca hemos buscado y una vez allí nuestro recorrido ha sido en vano porque no era meta sino destino".
Ahora, amor mío, he de irme. Espero, con toda mi alma, que me contestes pronto porque esta vida sin ti ha perdido su destino.

Marisi Morales Martínez


Microrrelato

Las aspiraciones de un suicida

 (entre la g y la j)

Al coger aquel reloj, supe que el tiempo, mi vida y las circunstancias estaban cambiando. Cogí la botella y, nuevamente, comencé a ingerir el líquido que había en su interior. Estuve gestando aquella idea durante días y comprendí que ingeniar otro plan era absurdo. Me sentía como un indigente, en la calle, solo y sin rumbo. No encontraba lógica a mi vida y era el momento de usar la estrategia. Tan ingenuo no podía ser, era urgente tomar medidas, y así lo hice. Podía parecer paradójico que un suicida con mis aspiraciones se quitara la vida con un simple litro de lejía.
Marisi Morales Martínez



Breve relato, homenaje a las mujeres que han sido o son víctimas de cualquier forma de maltrato. 

TIERRA MOJADA

CAPÍTULO 1.  ELISA


Aquella era la mañana que Elisa había elegido para marcharse. Su marido se había levantado temprano para llevar a los niños al colegio e irse a trabajar, como cada día. Como cada día, les preparó el desayuno a los tres y, una vez que se marcharon de casa, se dispuso a recoger y a dejarlo todo en el sitio que le correspondía, no quería que al volver notaran ningún cambio en su habitual ordenada actitud. En esta ocasión incluyó una variante a su actividad diaria: hizo la maleta. Sólo lo preciso: ropa de verano, cepillo y pasta de dientes, jabón para el aseo y la ropa interior necesaria para una primera semana. En su bolso de mano  había puesto su pasaporte, sin saber si lo usaría, la cartera con el dinero y la documentación, un abanico, el billete de tren y una foto de sus hijos. El dinero que llevaba lo había estado ahorrando durante los dos últimos años, guardaba meticulosamente todo lo que le sobraba de la comida y ahorraba de la misma manera todo lo destinado a su vestuario; prácticamente llevaba todo ese tiempo sin comprarse ropa, sólo lo necesario para no andar hecha un desastre y para que él no se percatara de su desaliño.

Las lágrimas le caían mejillas abajo cuando, ya fuera del hogar, echaba la llave a quince años de vida.

Se dirigió a la estación de autobuses donde compraría un billete para la ciudad más cercana con estación de ferrocarril, al igual que había hecho días antes cuando decidió comprar el billete de tren. Por el camino fue recordando aquel día y se dio cuenta del riesgo que había corrido ausentándose de casa durante tantas horas. Hubiera tenido que contestar a cientos de preguntas para las que  no hubiera tenido respuesta; la sola pretensión de marcharse de casa la tenía absorbida, apenas pensaba en otra cosa, al menos cuando su marido estaba delante, no tanto cuando veía a sus hijos que le devolvían frescura y entereza, eran como una oleada de aire puro ante la que también tenía que estar preparada, para no desistir de su proyecto; eran sentimientos que luchaban en su interior y que la habían vuelto un ser pusilánime y débil. Era como una enfermedad que la tenía sitiada y  convertía cada uno de sus pensamientos en  la mismísima idea de huida.

Llegó, guardó durante breves momentos cola, pidió su billete y pagó. Ensimismada dejó el cambio en el mostrador y  el cobrador tuvo que llamarla en voz alta para que ella reaccionara. Un simple movimiento en las comisuras de sus labios sirvió para dar las gracias y continuó su camino en dirección al andén catorce.

Miraba por la ventanilla del  autobús y no era capaz de elaborar ningún pensamiento coherente. Todo se agolpaba en su mente y se mezclaban  en ella el paisaje que iba quedando atrás (casas, tejados, azoteas, el parque con su alameda, los quioscos de chucherías, la ferretería de su cuñado...) con los fuertes sentimientos que oprimían su garganta con un dolor de alfileres.

Alguien le hablaba ahora y la sacaba de su ensimismamiento con una sensación que le provocaba molestia y consuelo a la vez. No tenía ganas de responder a aquellas preguntas tan absurdas y cotidianas, que no llevaban a ninguna parte, con respuestas que se evaporarían en el momento en que se materializaran; pero le aliviaba distraerse ahuyentando por momentos aquello que la ahogaba tan recurrentemente.

No estaba muy lejos la ciudad del ferrocarril, sólo a treinta y cinco minutos y, una vez allí, todavía tenía que esperar treinta minutos antes de subirse al tren.
       
Aprovechó para comprarse una botella de agua  y un bocadillo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no atragantarse; pero sentía vacío su estómago y se obligaba a comerlo. No lo saboreaba. Sólo lo engullía, como había venido engullendo toda su vida en los últimos años.
              
Sonaba por megafonía el aviso; su tren estaba preparado en la vía número tres. Subió al tren, no sin tropezar antes con las maletas de otro viajero, y buscó su sitio. Había pedido por favor a la señorita que le vendió el billete que le diera el asiento junto a la ventanilla. Ya había otros viajeros ocupando sus correspondientes sitios y tuvo que hacer un esfuerzo para que la dejaran ocupar su lugar.

Como un rumor lejano le llegaba el sonido de aquellos que tenía a su lado cuando hablaban; por momentos incluso deseó que alguien la zarandeara y la incluyera directamente en el diálogo, dándole entrada a escena; ahora, ya en el tren, quería deshacerse de aquel nudo que la estaba asfixiando. Justo cuando este emprendió la marcha tuvo una sensación de la que jamás ya se iba a librar: sintió cómo su vida había sido similar a la del ferrocarril, ella era el vagón trasero y su marido la máquina que lo encabezaba, viajaban en una misma dirección, incluso se podría decir que iban al mismo sitio; pero nunca ese vagón  alcanzaría a la máquina, nunca estarían juntos a lo largo del viaje; ese viaje que es la vida. Era la sensación de haber estado intentando alcanzar, con las manos delante, suplicantes, a aquel que siempre le sacaba ventaja y huía de ella sin cambiar de rumbo, sin dejarla escapar tampoco.

Apresada como se veía, comenzó sin darse cuenta a sentir escalofríos. Su compañera de asiento le cedió amablemente su rebeca. Asustada, ante una amabilidad a la que no estaba acostumbrada, titubeó y agradeció el gesto.

Se acercaba la primera de las estaciones donde el tren haría parada; se acercaba una ciudad, para ella todavía sin nombre y, por tanto, sin destino. Algunos viajeros a su alrededor comenzaban a prepararse para bajar. Nuevamente, el movimiento la hizo salir de ella misma y poner los ojos en la realidad. Veía ahora caras de verdad, rostros con gesto, con expresión en sus miradas, seguramente con nombre, con mujeres e hijos, con maridos. . .

El tren retoma su marcha, de esa manera tan especial que tienen los trenes para salir adelante, lentamente, como sin querer, haciendo uso de esa potencia que logra arrancarlos de su sitio y que no los deja echar raíces para no ser de nadie y pertenecer a todos. Elisa siente el movimiento del tren dentro de ella y el inmediato paisaje se mece en su pupila: es el mar que se ve a lo lejos y, que como hipnótico péndulo, la embauca. No quiere ir, pero sus brazos placenteros la arrullan hasta aniquilarla. Ha sucumbido al movimiento y sueña que sueña, que duerme al mar en su seno, como la madre eterna que echa de menos a sus hijos; el mar, el  incontenido llanto salado de la humanidad, las lágrimas perdidas de ese que es su licuado corazón helado. La despierta la brisa y se da cuenta de que está en su casa, junto a sus hijos, les acaricia la cara, los abraza fuertemente y contesta a multitud de preguntas que no tienen paciencia para recibir respuesta. ¿Dónde has estado? ¿Por qué te has ido? ¿Cómo te fue, mamá, sin nosotros? Y Elisa, queriendo dar una repuesta, busca y busca en su interior para que no sea traumática, para que sea sencilla, para que sea fácil de comprender por dos niños de sólo diez y cuatro años. Les dice que tiene que encontrar en otro lado aquello que no tiene allí; pero sus hijos ponen cara de extrañeza, instándole a una nueva respuesta; les dice que desea comprensión y nuevamente encuentra caras de sorpresa. No encuentra la respuesta adecuada a sus preguntas, no puede hacerlo más fácil porque la cuestión no lo es. De pronto, se mete la mano en el pecho, toma su corazón del interior y se lo entrega a los pequeños; lo examinan, lo miran dándole la vuelta, se lo pasan uno a otro y sus caras se iluminan, comienzan a verlo con claridad, se hacen un gesto de complicidad y salen corriendo con el corazón en sus manos, parece un trozo de barro moldeable, les divierte. Elisa les suplica que no se lo lleven que no puede vivir sin él, que, aunque enfermo, es el único que tiene. Los niños desaparecen con el corazón materno.


CAPÍTULO 2. FERNÁN



Se despertó al escuchar el anuncio de la siguiente estación. Sobresaltada, se llevó instintivamente la mano al corazón. Lo tenía allí, claro, nada había cambiado. El haber soñado con sus hijos le produjo cierto alivio, se había comunicado con ellos, había conseguido expresarse con el corazón.

Ya no era el mar el paisaje enmarcado por la ventanilla, había cambiado rotundamente, ahora se divisaban grandes llanuras amarillentas, montañas de heno que parecían los senos de la tierra. ¿Cuánto tiempo había estado dormida? ¿Cómo ha podido cambiar el paisaje tan categóricamente? Se sorprendía ante la fuerza con la que iba cambiando todo. Y, sin embargo, ella estaba allí, era la misma, seguía huyendo.

Sintió la necesidad de estirar las piernas, de renovar el aire que estaba respirando, se levantó y salió al pasillo. En ese momento se dio cuenta de que no solo había cambiado el paisaje, sino también los pasajeros que en un principio iban sentados a su lado. Se dio cuenta igualmente de que seguía con la rebeca que le había prestado la señora que estaba sentada a su lado. Ahora no la veía. Necesitaba devolvérsela, pedir perdón por su descuido, incluso abrazarla para darle las gracias. Pero no conseguía verla. Quizás ya se había marchado, quizás estaba en el restaurante o en el servicio, ¿quién podía saberlo?

Intentó abrir la ventanilla del pasillo. Estaba algo atascada, pero lo consiguió. El esfuerzo la acaloró. Le vendría aun mejor el aire que entraba. La refrescaría un poco.

 El viento corría a la velocidad del tren. Le alborotaba el pelo que, hasta ahora, llevaba recogido atrás, decidió soltárselo para no tener que luchar también por él, cerró los ojos y dejó volar sus pensamientos. Comenzó a sentir una sensación de plenitud indescriptible. Sus pulmones se llenaban de aire con multitud de olores. El de la tierra mojada era el más intenso, llegaba desde lejos, probablemente de unos regadíos que se divisaban en la lontananza. Aquel olor le era familiar, era el olor de todos, era la humedad que llevamos dentro. De pronto, se sorprendió acordándose de su marido, en cómo hacían el amor, en sus alaridos de placer, similares a los quejidos que lanza una fiera dolorida y herida. Siempre había pensado que rompería a llorar de dolor o a gritar como un loco enfurecido al que le han puesto un obstáculo; pero nada de eso ocurría. Se iba calmando lentamente,  también su respiración; se abría de brazos y piernas sobre la cama, ocupándolo todo, dejando apenas espacio para ella, que, por el contrario, se iba encogiendo en busca de la posición fetal que tanto la aliviaba. Normalmente, después de hacerlo, sufría pequeñas regresiones favorecidas por la postura. En ellas, unas veces veía a su madre trabajando en el campo o porteando a su hermana pequeña hasta la casa, aprisa, cuando comenzaba a llover y la tierra lo envolvía todo con su olor; otras veces, el olor era el de la leña recién cortada o, en otra época del año, el intenso y maravilloso aroma de las higueras a las que tanto le gustaba subirse. La regresión se veía interrumpida por los ronquidos de Fernán. Rara vez se privaba de ellos.

Llevaba un buen rato paseando por sus recuerdos cuando, al pasar, le llamó la atención la sorda presencia de una señora que ya había visto en otra ocasión. El corazón le dio un vuelco al verse abrumada por su falta de memoria; pero sólo tuvo que pronunciar algunas palabras para que Elisa la reconociera: era la señora de la rebeca y su dulce voz. Intercambiaron algunas palabras amables que la hicieron darse cuenta de que había perdido algo de la gravedad, del peso que venía sintiendo, como si el aire respirado asomada a esa ventanilla la hubiera purificado ligeramente. La señora se interesó por su estado y se aseguró, antes de volver a su asiento, de que Elisa no estaba enferma. Elisa le contestó con evasivas y se disculpó por haber retenido tanto tiempo su prenda de vestir.

No le apetecía estar largo rato conversando con nadie. Por ahora no. No se sentía con energía para mostrar amabilidad y menos para mantener una conversación en la que, seguramente, tendría que dar cuenta de a dónde iba y de dónde venía. Todavía no estaba tan lejos de su origen como para poderlo nombrar sin que las lágrimas le afluyeran descontroladamente.

Se acordó repentinamente de que no había comido nada desde antes de que el tren emprendiera su marcha y le pareció una señal inequívoca de que aquello era algo parecido al hambre. Volvió a su asiento para coger su bolso de mano y un hombre de tez morena se lo alcanzó.

Estaba cayendo la tarde y se daba cuenta de que también se acercaba su estación, pocas horas hasta llegar al destino que había elegido, el único hasta ahora que realmente había escogido ella, o quizás no, quizás también aquello era una trampa que la hacía creer en ello. Sea como fuere ya estaba allí, no había vuelta atrás.

Se sentó en una mesa del vagón-restaurante y pidió al camarero una ensalada mixta y agua, después un té con limón y un pastel de bollería. El camarero tardó poco en servirle. Comenzó a aliñar la ensalada. Todo siguiendo un orden. Estaba bien adiestrada, no cabía duda, durante años lo había hecho así. A Fernán le gustaban las cosas en su sitio, en orden, con buena apariencia, con presencia impecable pero sin nada más, ni un sentimiento extra, ni un aspaviento a la hora de expresarse, ni una voz más alta que otra, ni nada de nada, pensó finalmente ella.

Le hubiera servido de mucho haber escuchado en voz alta todo aquello que se le pasaba por la cabeza: sentimientos, sensaciones, pensamientos cuerdos y locos, ideas para mejorar su vida y su relación, consejos para educar a sus hijos, caricias que le hubieran gustado, regalos que no hubiera despreciado... infinidad de cosas que se le amontonaban sin poder darle salida y que de tanto estar allí metidas se habían apelmazado como un montaña de papel que, arrinconada, coge humedad y ya no hay quien lea lo que en ella hay escrito.



CAPÍTULO 3.  TEA


Se sintió aliviada con lo que había comido. Volvió a su asiento. Alguien lo había ocupado, rápidamente al verla regresó a su sitio y ella no fue capaz de decirle que no se molestara, que no importaba, porque realmente no era así. Se reencontró con su ventana, que era ya como un ojo más que se abría y no parpadeaba, que le ofrecía nuevas posibilidades. El cielo estaba rojo, incandescente .

 Miró un momento a su compañera de enfrente, la señora de la rebeca. Ahora sí podía dedicarle al menos una mirada, incluso devolverle la sonrisa que ella le estaba dirigiendo.
―Hola, de nuevo ―dijo la señora ―. Mi nombre es Elisa.
―Hola ―contestó sin sorpresa por la coincidencia―. Mi nombre es Tea ―dijo Elisa sin saber por qué extraña razón cambió de nombre.
―Poco nos queda para llegar, apenas una hora y cuarenta y cinco minutos. Hemos hecho un largo viaje con un mismo origen y se ve que también con un mismo destino.
―Efectivamente ―contestó Elisa―, sin querer hablar de destinos ni de puntos de partida.

No era raro adivinarlo, el trayecto se acababa allí, era la última estación.
Intercambiaron ideas acerca del viaje, del tren en sí. La señora le contó a Elisa que iba a encontrarse con parientes que llevaba tiempo sin ver, a una aldea cercana al lugar donde se apearían. Se quedaría allí por un largo tiempo. Tenía una voz dulce y melodiosa, susurrante, como la suya propia cuando le hablaba su corazón. Suavemente, con una cadencia que la involucraba de forma extraña comenzó Elisa a narrar el origen de la aldea a la que iba.
Era un bonito relato de campesinos que iban por temporadas al lugar, a trabajar las tierras y que una y otra vez hicieron el mismo trayecto que ellas hacían ahora. Con el tiempo decidieron solicitar los servicios de una maestra para que sus hijos, mientras ellos trabajaban en el campo, estuvieran ocupados en algo y aprendieran al menos lo básico, además de no tener que sufrir la cruda humedad del medio durante la labor. La maestra, que había acabado sus estudios en una especie de academia para señoritas donde, además de otras cosas, le habían enseñado cómo comportase una vez casadas, no tuvo el más mínimo reparo en aceptar esta tarea como un reto, alejándose de los suyos, lanzándose, en definitiva al abismo. A partir de ahí, y una vez ya instalada, en sus ratos libres, en sus largas horas desde que caía la tarde, la maestra sentía una enorme necesidad de organizar a los padres y madres de aquellos niños e instruirlos a ellos también. Con la organización hizo falta disponer de un lugar en el que reunir a algo más que a nueve niños. Y fue así cómo la joven trasmitió a los campesinos y a sus mujeres la energía suficiente para echar raíces. Al mismo tiempo, los campesinos se daban cuenta de que a sus hijos les costaba cada vez más trabajo separarse e incluso a ellos mismos. Eran muchos los días de duro trabajo e intensa la convivencia, de manera que cuando volvían a sus hogares era como reemprender la vida. Eran, en realidad, dos vidas que cada vez que se comenzaban los envejecían doblemente.

Aquella historia había dejado a Tea fuera de la suya. Expresó con los ojos su interés por continuar. Elisa sólo añadió que aquella joven era su abuela, que ya no vivía, pero que había dejado muchas semillas sembradas, gente sencilla que se dedicaba con afán a aquella tierra, también añadió que ella iba allí al menos una vez al año, procurando ir sin prisa pues sentía la necesidad de aprender de ellos muchos conocimientos que no encontraba en otros lugares.
                                                                      
 Con un interés que resultaba extrañó escuchó Tea esta narración, la sintió como algo suyo, como esas escenas de la vida que uno cree haberlas vivido anteriormente, que te pertenecen. Le resonaba en su cabeza una y otra vez la palabra “Tierra”, no entendía qué pasaba; le parecía que llevaba ya varios días en ese tren y que todo simulaba ser un sueño. Por un momento tuvo que sacudir la cabeza y parpadear varias veces intentando comprender qué especie de proceso fascinante estaba ocurriendo en aquellas últimas horas.
             
 Antes de que se diera cuenta, el tren había llegado a su destino. Todos se preparaban para bajar. Quiso despedirse de Elisa y ya no la veía. Se bajó del tren. Notó el cambio de temperatura. Hacía frío, miró a un lado y a otro. No distinguía a nadie con tantísima gente. Le resultó raro que detrás de ella el tren volviera a moverse. Debía de estar algo mareada. Se sentó en un banco para respirar y vio cómo alguien, que se iba con el tren, le decía adiós desde aquella su ventanilla. En ella había unas palabras escritas gracias al vaho: SOMOS LA TIERRA MOJADA.          



Marisi Morales Martínez




VIVIR EN PAZ EN LA GUERRA

"Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades", decía D. Quijote de La Mancha a Sancho cuando, vencido por el Caballero de la Blanca Luna, tuvo que volver, malhadado y triste, a su aldea.
No era esta la reflexión de un visionario que, una vez más, desvariaba, sino muy al contrario, estaba dando muestra de despejado sentir, pues no hay peor corazón, señores míos, que el que se muestra enquistado y duro ante la desgracia que cree ajena. Esa que diariamente asoma a "la ventana de los horrores" del saloncito de nuestras casas, a la hora de comer, por ejemplo, sin perder el apetito.
Si aquel loco-lúcido que inventó Cervantes viviera en nuestra imaginación, con la misma fuerza que entonces fue creado, en estos siglos llenos de matanzas exterminadoras, de guerras y sufrimientos, seguramente no habría escogido la andante caballería (o quizás andante artillería) como el mejor de los oficios, más bien estaría atrincherado, reguardándose de sí mismo, pensando que los monstruos de su imaginación se le estaban desbordando y consideraría locura el esfuerzo inhumano que el humano es capaz de hacer para dañarse y le pediría a Sancho que lo volviera en sí y le diría, como una vez ya dijo Sancho: "Dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente".

Marisi Morales Martínez
RELATO BREVE. 

SÍNTESIS EMOCIONAL DEL CAMINO.


Camino de Santiago

A PIE

Dedicado a todos los Antonios. A los que no han venido, a los que se fueron y a los que se quedaron conmigo para siempre.
Dedicado a Ana y a Miguel, que me dieron la vida y una nueva visión del mundo.
Dedicado a Paco y a Marina, superación de la soledad humana.
Dedicado a Paqui y a Manuel, arte, ciencia, historia de la humanidad, tierra y cielo, ángeles del arte y también de lo artesano. Personificación de la complejidad y de la sencillez humana.
Dedicado a Tim, síntesis de lo que somos y de lo que no somos también.
Ya estamos todos y yo os llevaré siempre en el corazón.

3 de julio de 2010.
Málaga-Madrid, Madrid-Zaragoza, Zaragoza-Canfranc, Canfranc-Somport.
           
Este último tramo nos ocupa más tiempo que el que hay de Málaga a Zaragoza.
Un tren de dos vagones, calor sofocante y mínima velocidad nos conduce por paisajes que van adentrándose poco a poco en la montaña y, sin pensarlo, al Pirineo: Canfrac estación.
Picos nevados y, de pronto, una gran tormenta. No se ve nada, la nube nos invade y todavía queda coger un autobús a Somport. Puntual, nos lleva a nuestro destino, a nuestro albergue, donde vamos a dormir. Vemos llover intensamente, sin tregua, sin perdón. A la cama. Buenas noches.
Al despertar, el destino ya es origen.

4 de julio de 2010.
Siete de la mañana, desayuno, recogida y camino. El paisaje, pura montaña, picos nevados, maravillosa naturaleza. Olores a tierra mojada me traen recuerdos muy míos, muy de mi infancia, de la humedad que todos llevamos dentro. 11 kms. acogidas por bosques, ríos, puentes, que dejan ver la mano del hombre. El camino por hoy se acaba.
Llega la tarde y, en una plaza que se ha llenado por casualidad, asistimos a los cantos y retahílas de niños y adolescentes de ombligo henchido, acné en la cara y naturaleza desigual. Grandes espectadores asisten al acto: un puñado de casuales clientes de la única terraza de un bar de pueblo, un trío de perros atónitos por tanto movimiento y unos servidores: peregrinos del camino más verde que nunca hemos pisado, más húmedo que los ojos de la risa y tan soleado que pareciera que la tormenta del día anterior solo hubiera sido una broma o un fantasmagórico sueño. Se acaba el día y todavía queda valor suficiente para continuar de cualquier manera, creo. Ahora hay que cenar, hay que dormir, porque sin el alimento y sin el sueño el alma no puede seguir su camino.

5 de julio de 2010.
Jaca o la tragedia humana.
Hoy hemos llegado a Jaca, quizás sean las 13 h, no lo sé. El albergue está cerrado, ocupamos el portal, antesala de una noche trágica. Compartimos cena con un grupo de peregrinos. Conocemos a Miguel y a Ana. Llegan exhaustos, casi a las 10 h. de la noche. Les ofrecemos nuestra cena y también la compartimos. Maravillosos seres humanos, quizás los mejores de entre nosotros esa noche y de todas las noches de nuestra vida. Se distinguía su luz, su humanidad, su pérdida, su juventud. Desde ese momento comenzamos a querernos y seguimos juntos hasta el último día.
Llega la noche y con ella la tragedia humana. Gritos desesperados de una niña de no más de seis años. Gritos de la bestia también, seguramente el padre. Súplicas, llantos, horas, minutos, nada la consuela, nada hace parar a la bestia. Desde mi cama, solo me encojo, solo me encojo. No hago nada. No duermo bien, se me ha metido el dolor en el pecho (en el plexo solar) y me circula entre las entrañas. Dolor, dolor, desesperación. No hay consuelo, se hace eterno, eterno. Seguramente más de uno hemos deseado la muerte en ese momento.
Por fin llega la luz, la mañana y la huida.

6 de julio de 2010.
Santa Cilia se convierte en refugio de nuestra huida. No he llorado todavía. Lo haré. Desahogaré mis lágrimas lentamente y recorrerán el inútil camino del dolor gratuito.
El albergue de Santa Cilia nos acoge literalmente con las puertas abiertas. Nada ni nadie impiden nuestra acogida. Volvemos a encontrarnos con Miguel y Ana, con Ana y Miguel y también con su proeza humana. Cuando los ojos no te muestran los rostros de los humanos es el alma la que desnuda de su aspereza los corazones de nuestros semejantes.
Conocemos a los alemanes (entre ellos, Marina de ojos tristes). Muy oportunamente presenciamos el partido España-Alemania. Ganamos. ¿Lo he dicho en plural? Fue divertido.
“Antonío” se va, no sigue, no sabe.

7 de julio de 2010.
Sta. Cilia.
Sí, Sta. Cilia de nuevo. Subimos a San Juan de la Peña. El paraje, el monasterio, la posible forma de vida que imagino me crean la fugaz visión de que quizás, puede ser, cualquier tiempo pasado fue mejor, pero es eso, FUGAZ.
Hablamos, hablamos y hablamos. La educación, los educadores, los educados y los maleducados.
Ese día, los labios pintados de carmín de Paqui son bautizados. Le hacemos honor a Celia Cruz y ahora ya no son labios, ni morros (tampoco trompa) sino “LA BEMBA COLORÁ”. Cuando el producto recibe su nombre la mente toma conciencia de su existencia. Ya siempre será Paqui y su bemba colorá. Se distingue a lo lejos. Es otra señal del camino.

8 de julio de 2010.
Arres.
Maravilloso Arres (o Arrés). No faltó de nada. Bosque, bosque vegetado, bosque del camino, bosque petrificado, bosque del encuentro, bosque de insectos, bosque de mariposas. Algunas, caídas en la batalla de una maldición inevitable, sólo 24 horas, hay que aprovechar el día (carpe diem, mariposa). Muchas, acompañándonos en este camino.
Marisopla de la vida, marisopla de la muerte. Arres se nos resiste.
Un calor interminable de 3 kms. sin sombra nos mete en la espiral. Cuando el cerebro no oxigena, la duda sobre qué somos surge. Surge la imperfección que no es otra cosa que el sentimiento de culpa, la que pagamos por ser humanos. La reacción al dolor no tiene esquemas, es su propia magnitud (la del dolor) la que nos empuja en una dirección. ¡Qué hacer!
Maravilloso Arres se divisa a lo lejos. No tan lejos, se nos echa encima. Quizás quince casas, puede que siete vecinos. Epi, Mercé, protocolos de presentación, adopción como traductora, toma de posesión, nos hacemos con el sitio.
Nos espera una gran siesta. Un cansancio extremo refleja la cantidad de sol que han soportado nuestros rostros y nuestras cabezas. No queremos que se nos seque el alma. No quiero vivir sin la humedad. No puedo abrir los ojos, pero los abro. Primero uno, y se perfila una figura. Luego otro, y surge otro rostro. Me pregunto, todavía dormida o eso creo, "¿Queda gente en este planeta capaz de recorrer, a estas horas, un monte a 40º grados?” Queda. Son Antonio, Manuel y Paco. Ya no estoy dormida. Esos seres toman forma y son humanos. Gracias Arres por compensar el esfuerzo y la osadía, también humana.
Empatía, simpatía, valentía, osadía, ambrosía y fantasía. No hay palabras, yo no tengo otras.
La cena se presenta casi como una ceremonia, participamos de su elaboración y comemos. Estupenda acogida con relato incluido.” ¿Podemos ser libres?” , pregunta Miguel, y es que los hospitaleros por unos minutos se han convertido en carceleros. Pronto nos liberan y podemos asistir a una puesta de sol nublada o sin puesta de sol. 
Gracias de nuevo, Arres, se produjo la magia.

9 de julio de 2010.
Artieda.
¿Dónde está Artieda? ¿Cuándo llegamos? Artieda es la duda, es la pérdida y también el desvío. Disfrutamos de nuestro camino, pero no nos gusta perdernos. Ha llegado el momento que, hasta ahora, todavía, no había ocurrido. El calor, ya del mediodía, nos juega una de sus bazas. No hay camino sobre la tierra arada, pero aun así nos empeñamos en cruzar. Sorteamos los terrones duros que se hunden en su propio seno. El surco formado por el arado del tiempo sella ahora nuestros rostros. Se mejora la pérdida porque aparecen Ana y Miguel y…Tim. Ya nada importa si estamos juntos. Recorremos casi 3 kms de más. Subimos, nos deshidratamos, nos paramos, hablamos, reflexionamos y andamos, andamos. Sobre todo, subimos.
― ¿Dónde está el cielo?―me pregunto―. En Artieda, nuestro destino.
―¿Dónde están todos?―me vuelvo a preguntar―. En  Artieda, esperando nuestro ascenso.

10 de julio de 2010.
A Sangüesa by taxi.
Maravillosa trampa aquella que lleva a cabo el buen peregrino. Hoy no queremos andar. Paqui y yo nos vamos en taxi a Sangüesa. Ah, que también se vienen Miguel y Ana. Oh no, Paco también. Quizás Marina, ¿alguien más?
Rápida, aguda y eficaz estrategia. Il capo, la mafia, Corleone y si hace falta nos cargamos a alguien, te tapo la boca y te compro tu silencio. Divertida fantasía: tendremos que rendir cuentas, o no.
Hemos sobrevivido a nuestra propia trampa. ¡Qué divertido! Llegamos by taxi a Sangüesa. La taxista sabuesa nos deja en mitad del pueblo, a la vista de toda la gente que está sentada en una cafetería. Non é posibile. Ya veo los titulares: PEREGRINOS MOTORIZADOS BAJAN EN MANADA DE UN TAXI DE OCHO PLAZAS. ¡Non é posibile! ¡Qué descaro! Y… ahora a hacer tiempo hasta que el albergue esté abierto. Nos camuflamos y nos convertimos en turistas-consumistas. Por fin, la farmacia. Me curaré el plexo solar, tengo enfermo el amor incondicional. De pronto, otra vez todos en el albergue. Risas, comida y yo no quiero irme. Si lo sé, no vengo. Y mañana a Izco.

11 de julio de 2010.
Izco.
Final del mundial. Campeones.
Benditos diecinueve o veinte kilómetros. ¿Dónde están mis pies que no los siento porque estoy flotando?
Volé, sobrevolé aquel camino. Las palabras y las cosas. El mundo y la toma de conciencia. Las estratagemas y los miedos. No ha habido kilómetros sino largas ristras de emociones. Acompañadas por ángeles protectores que no nos abandonan. Lo único que dejan atrás, por ahora, es su ritmo, lo someten a sacrificio. Hemos tenido el honor de frenar el viento, de parar la luz y luchar contra el rayo. La fuga ya no es peregrina. La huida no tiene posibilidad y el aire, ahora, roza nuestros rostros como una caricia. La brisa, a pesar de que es inexistente, es nuestra aliada. Hemos llegado a Izco.
Izco reserva un Portal de Belén para Miguel y Ana. La cena, el sonido de nuestras risas, el vino y al Portal de Belén. La tormenta nos embiste, rayos y truenos, esto es agua y la Bemba Colorá cantando.

12 de julio de 2010.
Monreal o la bifurcación del camino.
Eunate o  la petición de deseos.
Puente la Reina y tiro porque me toca (o quizás me lleva la corriente).

Hemos confesado nuestro secreto. Somos enviadas especiales en/para y del camino. Venimos a cumplir una misión y el taxi lo paga la empresa.
Como tales hemos asistido a la proeza y también a la tragedia humana, al abandono y a la huida, a la soledad y a la desesperación, al deseo de amar y de ser amado, al intento de supervivencia y a la supervivencia en estado puro. Somos humanos: somos uno y previsibles de forma aislada, como si fuéramos números, y muchos e inesperados cuando las mágicas matemáticas nos combinan, varían y permutan, nos sorprenden.

Historia de la humanidad o maravillosa interacción humana.

13 de julio de 2010.
Despedida o como las cosas tristes pueden ser a veces tan bellas.
Marisi Morales Martínez



Dice la canción de Violeta Parra: "Gracias a la vida que me ha dado tanto..." y sí, por supuesto; y yo añado a ello "Gracias al teatro que me ha dado tanto, me ha dado la vida... y las palabras que pienso y también las que canto".

Un homenaje a mis padres en particular y al TEATRO en general.

Theatre is life

   Since I was a child my life has been linked to literature, especially to theatre. Being very young my father took me to read tales to the local radio. I was so young that even though I could read them I could not understand what I read. Then, as a reward I had an ice cream and a while in the rustic swings in the park.

     My fondness for theatre came since then. My parents had a theatre association named "Luis Barahona de Soto" which involved not only the circle of their friends but also all the teachers who came temporarily to the village where we lived, maybe this was the only interesting thing to do there.

     Sometimes children plays were represented for a young audience, but plays used to be for adults in adult sessions. This meant that if they ever needed a child in the play my parents could resort to one or maybe more of us, their nine children.

     Although the company had license to play throughout the national territory (due to it was a “theatre association”, not “theatre company”), we would never leave Andalusia because the budget was always low. 
     It was very normal to go from village to village performing theatre. The places were sometimes a cafe-theatre or a cinema which were conditioned for the occasion. Once I remember we went to a small town in Córdoba. The performance began at ten o'clock at night (still in the Franco era), the place was the local cinema which was fitted for the occasion as a theater and the rear of this cinema was a barn and perhaps a stable, even though at that time the animals would be elsewhere. I remember that some of my siblings and I played that day and some of them were gradually falling asleep on the straw bales. When the time came for them to perform they were asleep and I had to play the role of all of them.

    On another occasion we went by bus to a village in Huelva. There the company represented a very sad play which had been written by one of the members of the company. None of us, the children, acted on this occasion. We stayed in the dressing room listening to my mother playing the role of the protagonist: a poor widow who was alone with a bunch of children. The widow wept because they had not anything to eat and they had not any money. We were listening to my mother begging for help from the dressing room. It was then, when my youngest sister, who didn´t distinguish between fiction and reality, came out on stage, without being a role, crying and asking for help for all of us. The public was astonished and did not know whether to applaud or laugh or even mourn for the grief.


     These are just some of the anecdotes which have enriched me. Sometimes I feel that there have been times that if it were not for the theatre I would not have gone ahead in life.
                                                                                                                   

Marisi Morales Martínez

Publicado originalmente
en la revista Collage de la EOI de Fuengirola.


Mi padre en una de sus actuaciones


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